«No sobreviví por un milagro. Me salvaron el blindaje del auto, la impericia de unos sicarios medianos y las vacilaciones de un presidente intranquilo que no supo o no pudo bajar el pulgar; me salvaron el azar, las circunstancias, la flacidez de los ejecutores y la voluntad que me hizo repetir que la vida sigue y puede ser mejor. Aquí estoy, con la interrogante de si este es el relato de una victoriosa supervivencia o de una ridícula cadena de fracasos. A estas alturas, qué más da».