Tras el secuestro y asesinato de su hija Karen a manos de Los Zetas, en 2014, Miriam Rodríguez convirtió su dolor en una cruzada implacable por justicia. Sola, y sin ningún tipo de entrenamiento, acechó a sicarios, descifró redes sociales y mapeó ranchos abandonados hasta encarcelar a varios de los asesinos. Su lucha no solo fue una venganza, sino también la viva muestra de un México roto por la corrupción institucional, la ausencia de autoridades y el terror que somete a las comunidades.