El 16 de julio de 1990, Liliana Rivera Garza, mi hermana, fue víctima de un feminicidio. Era una muchacha de 20 años, estudiante de arquitectura. Tenía años tratando de terminar su relación con un novio de la preparatoria que insistía en no dejarla ir. Unas cuantas semanas antes de la tragedia, Liliana por fin tomó la decisión definitiva: en lo más crudo del invierno había descubierto que en ella, como bien lo había dicho albert Camus, había un invencible verano. Lo dejaría atrás.