Valladolid, 1810. Manuela Taboada recorre impaciente de un lado a otro el zaguán de la iglesia mientras espera la prueba irrefutable que confirmará todos sus temores.
Un hombre se acerca con un bulto en los brazos y lo deja caer a sus pies y ella, horrorizada, observa la cabeza cercenada de uno de los prisioneros españoles capturados por el cura Hidalgo.