Giordano Bruno fue el único filósofo que en el siglo XVI adoptó con entusiasmo la nueva cosmología heliocéntrica formulada por Nicolás Copernico en 1543. Para Bruno, sin embargo, el cosmos finito de Copérnico y el movimiento de una Tierra planetaria era el punto de partida para la recuperación de la verdadera concepción del universo y de su relación con la divinidad, que se habían perdido como consecuencia del error aristotélico de una Tierra central e inmóvil. Por ello Bruno pretende extraer todas las implicaciones de la restauración copernicana: la necesaria infinitud espacial y temporal del universo homogéneo, consistente en una infinita repetición de sistemas planetarios a partir de la concepción del Sol como una estrella igual a las demás, y las implicaciones antropológicas de un universo infinito convertido en expresión de la divinidad y medio para la unión intelectual con ella.