El gato no es nuestro. Gentil, permite que vivamos con esa ilusión, pero quienes lo amamos sabemos que la posesión de una vida ajena es un espejismo. Si la posesión fuera posible, seríamos nosotros quienes le perteneceríamos.
El gato acompaña y mira desde la distancia insalvable que los humanos creamos cuando nos separamos de los animales, y nos invita a disolverla. Algunos, por momentos, lo logran.