A veces uno escribe las cosas sin sentir que las siente. Salen del pensamiento, cruzan el corazón, se ajustan en el diafragma y cuando por fin llegan a una hoja de papel, a veces resultan como uno las quiere. Deben tener regularidad en el estilo, lógica en el desarrollo, veracidad en la expresión, originalidad y escudriñar en los misterios del autor, las ansias de ser irrepetible y así alcanzar a lo sublime, con el legítimo deseo de tocar los lindeles de la inmortalidad de su obra, al sentirse parte del inconmensurable placer de saberse poseído por usted. En estas ciento sesenta páginas usted habrá de encontrar la regularidad de un estilo de redacción sencillo, franco, sin rebuscamientos ni complicaciones que lo llevarán, desde el principio hasta el final, por el hilo conductor del buen gusto, hasta el escabroso estero de la reflexión semanal.