Thurston Moore se fue a vivir al East Village de Manhattan en 1978 con ansias de imbuirse de música y de discos. Quería sumergirse en las vistas y los sonidos del centro de Nueva York: la energía salvaje de sus clubes nocturnos, el rugido angular de sus bandas y las personalidades magnéticas que pululaban por sus calles. Pero, sobre todo, quería hacer música, crear sonidos indelebles que conmovieran, provocaran e inspiraran.