Cuando se nos muere un ser querido, lloramos su pérdida. Nos consolamos con los ritos que acompañan su desaparición y buscamos apoyo en los que nos rodean. Pero ¿Qué ocurre cuando no hay un final, cuando tal vez un miembro de la familia o un amigo esté todavía vivo y, sin embargo, ya lo hemos perdido? ¿Cómo se enfrentan una madre cuyo hijo ha desaparecido en combate, o los familiares de un enfermo de Alzheimer a la duda entre la pérdida definitiva y un posible retorno a casa o a la lucidez?