En las últimas décadas han ido apareciendo abundantes estudios e investigaciones cuyo objeto era analizar cómo en nuestras sociedades el poder y el saber se han conjugado casi siempre en masculino y cómo el androcentrismo lingüístico y cultural ha construido a lo largo de los siglos, y aún construye hoy en día, la discriminación de la mayoría de las mujeres en el espacio de lo íntimo, en el territorio de lo doméstico y en el escenario de lo público.