En el siglo XIX se creía que las mujeres, de cualquier edad, eran seres demasiado frágiles, que sólo podían esta abajo la protección de su padre, su hermano o su esposo. La ley no les reconocía el derecho ni la capacidad para manejar sus propiedades. Ninguna mujer podía manejar sus propiedades. Ninguna mujer podía incorporarse a un trabajo remunerado sin permiso de un varón. En suma, las mujeres no tenían derechos ciudadanos.