A finales del siglo XIX, Antón Chéjov revolucionó la historia de la dramaturgia con la docena de piezas que escribió en su corta vida. Su visión de la escena, de los personajes y de las situaciones dramáticas influye todavía en la literatura.
Sus personajes no son de una psicología profunda y compleja, son más bien sutiles esbozos en los que se encuentra retratada la naturaleza del hombre, su voluntad de vivir, el ímpetu de la juventud, y el desaliento y la melancolía que tarde o temprano se cierne sobre ellos, dejando su existencia sin horizonte alguno.
Su teatro surge del conflicto entre seres solitarios, ensimismados, que tratan con desesperación de comunicarse con los otros, de superar los obstáculos que los separan de sus anhelos. La crítica que hace a su época, a través del desencanto que se trasluce en los diálogos que dan forma a sus obras, es a la vez una radiografía del ser humano.