No fueron pocos quienes creyeron que Sherlock Holmes se trataba de un personaje real, y las cartas que llegaban a la redacción del Strand, donde publicaban sus aventuras, se podían contar por miles. Atormentado con su creación y en pugna por convertirse en un serio novelista histórico, Conan Doyle decidió liquidar a Holmes, quien encontró la muerte al caer por unas cataratas.