Quien habla desde su espíritu subterráneo es un mísero funcionario frustrado, enfermizo, susceptible, irritable y supersticioso. También se considera a sí mismo un hombre malo, aunque quede para el lector la valoración
última de tal juicio de valor. Oímos su voz, pero no la dirige a nosotros. Sus apuntes del subsuelo son como el mensaje encerrado en la botella de un náufrago perdido en la isla desierta de su propio mundo interior. Su vida y sus cuitas de amor son anodinas, mas él se consagra a planear continuamente venganzas de ofensas imaginarias, que lo hunden todavía más en su infelicidad.