A punto de cumplir veinticinco años de casada, Graciela se dirige a su marido, en realidad un maniquí, para expresarle su infelicidad, el declive de sus sentimientos y el desencanto de su matrimonio.
Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no puede confesarle que ya no lo ama, pues no soportaría aceptar que ha desperdiciado la vida a su lado.