Esquilo llevó a escena los grandes ciclos mitológicos de la historia de Grecia, a través de los cuales reflejó la sumisión del hombre a un destino superior, incluso a la voluntad divina, una fatalidad eterna que rige la naturaleza y contra la cual los actos individuales son estériles.
En sus obras, el héroe trágico, que no se encuentra envuelto en grandes acciones, aparece en el centro de este orden cósmico.