He estado siglos enteros dentro de un cajón: seca. ¡Qué horror! Seca, seca, seca. No sé como llegué a esta tienda de antigüedades. Finalmente, hace unos días alguien me puso un poco de sangre, digo, de tinta. Y ahora siento unas ganas inmensas de contarlo todo. Antes de empezar, debo decir que hace cien años me sacó de la tienda un escritor de novelas. ¡Otro horror! Yo estoy hecha para escribir poemas y también alguna que otra obra de teatro. El novelista se hartó de mí porque yo cambiaba todo. Cuando él quería decir sobre el desamor, yo ponía engaño colorido; si él deseaba hablar de relojes, yo escribía máquinas primas; si de tristeza se trataba, yo ponía dolor fiero. Juana Inés me había entrenado para escribir de cierta manera. Puedo contar ahora que fui parte de un pacto secreto.