Al lento batir de los tambores, las primeras filas de españoles movianse hacia adelante y Diego Alatriste avanzaba con ellas, codo a codo con sus camaradas, ordenados y soberbios como si desfilaran ante el propio rey. Los mimos hombres amotinados días antes por sus pagas iban ahora dientes prietos, mostachos enhiestos y cerradas barbas, andrajos cubiertos por cuero engrasado y armas relucientes, fijos en los ojos del enemigo, impávidos y terribles, dejando tras de si la humareda de sus cuerdas de arcabuz encendidas.