Las casas son siete, y están vacías. La narradora, según Rodrigo Fresán, es una científica cuerda contemplando locos, o gente que está pensando seriamente en volverse loca. Y la cordura, como siempre, es superficial. Samanta Schweblin nos arrastra hacia Siete casas vacías y, en torno a ellas, empuja a sus personajes a explorar terrores cotidianos, a diseccionar los miedos propios y ajenos, y a poner sobre la mesa los prejuicios de quienes, entre el extrañamiento y una normalidad enrarecida, contemplan a los demás y se contemplan.