Si platero es uno de los burros inmortales de la historia de la ternura humana, ¿por qué un caballo no había de tener su biógrafo? Martín cortina ha contestado tácitamente la pregunta, dando patente de elegancia tropical, en páginas henchidas de pólenes aromados, al hijo airoso de blanca espuma.
Pasan por la llanura del recuerdo los caballos próceres que Bernal Díaz del castillo describe con pintas y señales; se azora luciendo su blanco lunar en la frente, el caballo del cacique en la conquista de Querétaro; y sentimos el trote suave del que montaba magníficamente el virrey Luis de Velasco. Pero este caballo con belfo heno de aurora y con nombre homónimo del rocío relincha y galopa a lo largo de este relato, sintiendo con fruición la electricidad de su tierra, ufano de su crin, saturado de gozos montaraces, mientras se le ensanchan el horizonte y la ilusión del vivir.