Shakespeare pone al teatro isabelino al mismo nivel del de Atenas del siglo V, y del de la España en el Siglo de Oro, que se inspiraron en gustos y costumbres en la mentalidad popular, aun cuando el público se componía de toda la escala de las clases sociales. Estas obras de teatro, nacidas de tan diversos ambientes, quizá no hayan alcanzado, en conjunto, un entero acento refinado, pero en cambio reflejaban una visión más universal de la vida.