El observador de las prisiones -una realidad abrupta, que se mira todos los días, pese a los muros que la circundan- sabe que en algunos espacios el paisaje discurre con prisa, a cambio de que en otros persista sin movimiento, impávido, arraigado. Los primeros tienen que ver, por supuesto, con los números del sistema carcelario: números desnudos, que ruedan sobre la estadística y los informes oficiales, exactamente como ruedan las horas en el tiempo de los cautivos, Las cifras son impresionantes.