Cada cárcel en México es un infierno particular. Algunas prisiones tienen salas de tortura, otras poseen cuartos de ahogamiento, algunas más son emporios criminales bien aceitados y otras han sido sitios de exterminio; ciertos reclusorios han devenido cuarteles para reclutar masivamente carne de cañón, y otros, en cambio, son fortalezas perfectas para que los capos pacten el rumbo del crimen y de grandes regiones del país.