Si hubiéramos querido sepultar junto con Enedino su terquedad, y lo que posiblemente quedó en él de desaliento, habría sido imposible; según su voluntad, sólo metimos en el féretro (Eulalia y yo) sus pertenencias más queridas: el violín sin dos cuerdas, los programas de las fiestas patrias, la fotografía de su boda, el traje gris y los anteojos, y por supuesto, el diploma que lo acreditaba como vencedor de un concurso de música De lo que había sido y también de lo que no pudo ser Enedino, está hecha la historia?.