El juicio pronóstico a lo largo de la historia de la medicina ha estado siempre rodeado de grandeza y misterio. Acertar en el pronóstico ha representado para los legos en este campo un sinónimo de competencia, prestigio y eficacia del médico. Por ello, es la actuación más comprometida de todas a las que nos enfrentamos en la práctica clínica diaria. Hoy en día, en oncología, el conocimiento de los factores pronósticos sirve para calcular la supervivencia del paciente y las posibilidades de recaída y de respuesta al tratamiento. Todo ello nos ayuda en la elección de la terapia, posibilita la comunicación entre diversos médicos y permite la comparación de enfermos pertenecientes a una serie con distintos grupos o incluso de diferentes épocas. Al paciente y a su familia les permite establecer un plan de vida adaptado a una nueva realidad vital, la cual, independientemente de estar sujeta a continuo cambio, no debe ser obviada. En el estudio pronóstico es muy importante un ejercicio clínico de calidad. Más aún, profundizar en el pronóstico denota una inmensa cualificación de los médicos y de la medicina. Al fin y al cabo, estudiar los factores predictivos de supervivencia, respuesta a tratamiento, recaídas y complicaciones, supone acercamos a una medicina personalizada. Es decir, un ejercicio médico que considera al enfermo como ser humano, individualidad inherente a la más alta dignidad, irrepetible y diferente a sus semejantes, aunque padezca una enfermedad similar a la de otros. En el estudio de los factores pronósticos, aprovechamos los datos obtenidos desde la colectividad aplicándolos sobre el individuo. Los datos que emanen de éste volverán para beneficiar a un nuevo individuo que pertenezca al colectivo, estableciéndose un flujo continuo entre ambas direcciones. La aplicación en oncología supone aproximamos a una meta cada vez más cercana: el enfoque terapéutico personalizado, «el tratamiento a la carta».