La obra de Max Weber (1864-1920) se proyecta hasta nuestros días como una ráfaga de inquietante lucidez. Con mayor certeza que otros pensadores prestigiados por su radicalidad política, el sociólogo alemán supo señalar derroteros que hoy son incuestionables, como la creciente burocratización del mundo, la violencia como argumento legítimo de todo estado y la naturaleza demoníaca que adquiriría la política.