Chateaubriand escribió esta obra cuando todavía humeaban las iglesias incendiadas por los revolucionarios. Tanto había cambiado el mundo que este ensayo, consagrado a descubrir las bellezas de la religión cristiana y su beneficioso influjo en la civilización, suponía el anuncio de un nuevo paradigma, una revolución de signo contrario a la que décadas atrás anunciaran los escritos de Voltaire: ante la Ilustración, se alzaba el espíritu del Romanticismo.