La arquitectura existe por sí sola, pero es irrefutablemente un objeto de consumo perceptivo, fenomenológico y visual.
El espacio construido “entra por los ojos” y, por lo tanto, la arquitectura se marida con la fotografía a efectos de documentación y difusión –así sucede desde los tiempos del apogeo de la modernidad–, pero también como condicionante primario de su forma, expresión e interpretación.