Para conquistar el mundo, uno debe conquistarse primero a sí mismo: las emociones, las acciones y los pensamientos. Eisenhower dijo que la libertad es la práctica de la autodisciplina.
Cicerón definió la virtud de la templanza como el esplendor de la vida. Sin límites ni autocontrol, no solo nos arriesgamos a no alcanzar nuestro potencial y a perder lo que hemos logrado, sino que, además, nos aseguramos una vida de humillación y miseria.