Cuando la vida se va, es preciso llevar a cabo un ajuste de cuentas con ella, un recuento en el que antipatías y resentimientos se diluyan en el espíritu, en la mente, para sólo dar cabida a afectos y nostalgias. Es tal vez la mejor manera de emprender el tránsito entre este mundo y lo desconocido. Y si quien se halla a punto de morir conserva los recuerdos intactos, la lucidez y la calma, la víspera de la muerte puede representar un estadio entrañable, gozoso, casi feliz.