Si cada hogar es un pequeño país con sus leyes o sin ellas, con autoridad o respuestas que la atropellan, con relaciones armoniosas o de confrontación permanente, con prácticas honestas o de simulación, con consecuencias y límites o con impunidad, entonces es vital que, para transformar el país en el cual vivimos, nuestros hijos crezcan en un ambiente amoroso y con fundamentos sólidos, que les permita desarrollar su capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo, así como de aceptar las responsabilidades de sus acciones.