El mayor depredador de la democracia es el insaciable sistema capitalista. Desbocando el ritmo de la historia, el siempre hambriento capitalismo vacía la capacidad de agencia para la emancipación, saturándonos de dispositivos que destruyen creativamente el espacio social para posibilitar la movilización global del poder y el dinero. Hoy es inconcebible que la historia la hagan los pueblos: nuestro tiempo deriva de la circulación de mercancías y capitales.