Culturalmente hemos aprendido a pensar en la propia conciencia como una actividad intelectual y no como una respuesta del corazón o instintiva. Hemos aprendido a no confiar en nuestras emociones. Nos han dicho que nuestras emociones distorsionan la información supuestamente exacta que nuestro intelecto suministra. Incluso, la palabra emocional es sinónimo de débil, sin control y hasta de infantil. Las emociones importan. El sentimiento es el recurso más poderoso que poseemos.