Si estas confesiones de Rousseau son una de las obras cumbre de todos los tiempos, es porque su autor inauguró con ellas la modernidad. Por primera vez, la contradicción, la contradicción radical, era asumida sin ambages como una realidad constitutiva de la condición humana. Rousseau nos ofrece la pintura de su alma sin callar nada, con la autenticidad de la voz como única ley.