¿Alguna vez has sentido la música como una experiencia que va mucho más allá del terreno auditivo? Me refiero a una sensación real e intensa, tan cálida como el abrazo de ese amigo que está dispuesto a no dejarte caer. Me retraigo a ese mismo sentimiento vivido hace casi dos décadas después de escuchar Farolito, Meditacao, Izaura o Sampa por primera vez. Esa voz; esa guitarra; esas letras; esa atmósfera de consuelo sólo comparable a la haber encontrado un refugio en medio del aguacero o un bálsamo secreto capaz de curar cualquier herida del alma.