El 25 de marzo de 1942, cientos de jóvenes mujeres judías y solteras abandonaron sus hogares para subir a un tren. Estaban impecablemente vestidas y peinadas, y arrastraban sus maletas llenas de ropa tejida a mano y comida casera. La mayoría de estas mujeres y niñas nunca había pasado ni una noche fuera de casa, pero se había ofrecido voluntariamente para trabajar durante tres meses en época de guerra. ¿Tres meses de trabajo? No podía ser algo tan malo.