El vampiro, confinado durante siglos en las tradiciones populares y en los tratados de jurisprudencia y demonología, entra en la literatura occidental a finales del siglo XVIII, de la mano de Wolfgang Goethe. A partir de entonces, el vampiro se convierte en una entidad literaria de primera magnitud; como representación del horror y la fascinación de la comunión carnal entre los muertos y los vivos, del sexo más allá del sepulcro, de la irrupción del "mal" en lo cotidiano a través de viejas potencias relacionadas con las pasiones y obsesiones que pueblan la concepción moderna del horror.