A los trece años, yo era un proyecto de poeta maldito y filósofo descarriado.
En un maltratado cuaderno dejé constancia de un terrible hallazgo: las dos únicas cosas seguras en la vida son la muerte y el sufrimiento. Lamentablemente, la «adolescencia» —que es un adolecer por todo— no me dejó ir más allá del oscuro pesimismo de esa constatación.