Lejos de haber sido la prostituta redimida que el cristianismo convirtió en símbolo del arrepentimiento atormentado para subordinarlo, entre otras cosas, a la supletoria intervención del mito de la virgen maría, es muy probable que maría magdalena haya reunido su compleja personalidad los más insospechados elementos: amante de Jesucristo, líder de los Apóstoles, rica sacerdotisa extranjera (de origen egipcio o etíope), participante en la última cena (como parece confirmarlo el célebre cuadro homónimo de Leonardo Da Vinci), testigo de la resurrección y depositaria de la cabeza de Juan Bautista, que habría llevado consigo al sur de Francia.