¿Por qué no lo puedo matar, si de todas formas vamos a morir?, se preguntaba Mary Bell, de apenas once años, después de asesinar a dos niños con sus propias manos. Ilse Kock, una de las peores asesinas que ha conocido la historia de Alemania, adornaba su hogar familiar con lámparas confeccionadas con la piel humana de sus víctimas.