En cualquier campaña electoral, solo uno triunfa. El resto no llega a la meta. Y seguramente todos han puesto lo mejor de sí; se han esforzado, han invertido, han soñado, han trabajado.
Pero es inevitable: todos pierden menos uno. Y perder duele. Duele mucho. La derrota es la escena más temida por los candidatos y sus equipos de campaña.