En Ave Negra, Elena Sada hace lo que nadie en la Legión de Cristo ha hecho: no sólo una descripción descarnada de lo que allí se vive cuando no hay público y se borran las sonrisas sostenidas con alfileres, obligatorias para los miembros cuando se enfrentan al mundo exterior, sino también un genuino mea culpa por las almas que a ella le tocaron en suerte como reclutadora estrella para el continente americano. Esa carga, que la autora asume con una sinceridad abrumadora, sacude en medio de un desierto de comunicados acartonados e hipócritas, de contriciones exculpatorias y de mentiras