Hasta que comenzó el juicio en Jerusalén en 1961, Adolf Eichmann era un desconocido para la opinión pública. Y aquellos que estaban familiarizados con su nombre preferían olvidarlo. Era comprensible: la supervivencia de un testigo y actor clave en el extermino de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial iba en contra de la estrategia de la superación del pasado a través de su negación y ocultamiento.