Érase una vez un tipo corriente que vivía en un sitio aleatorio, en un pisito común, con una hipoteca de por vida. Nada fuera de lo normal. Salvo por una afición de juventud, quizás una obsesión: el estudio del sistema reproductivo de las hormigas de cabeza roja, al que no podía dedicarse por falta de tiempo y que, con el paso de los años, resultaría ser... ¡una bomba de relojería! «¡Ay, si fuera dueño de mi propio tiempo!», se lamentaba nuestro tipo corriente.