A final de la segunda guerra mundial del siglo XIX, en el Teatro de la Ópera de Paris no se hablaba de otra cosa que de la existencia de un ser extraño de apariencia aterradora que hacia imperar sus leyes en el palco número cinco del teatro. Las bailarinas de la Ópera, el coro, las limpiadoras, los ejecutivos, las acomodadoras –sobre todo Madame Giry, que servía al palco del fantasma -, todos hablaban atemorizados de que lo habían visto en alguna ocasión.