Ella vivía en la luz, jugando y riendo todo el tiempo. Su abuela, era su guardiana y quien estaba a cargo de su cuidado. Siempre curiosa y aventurera, tenía la viva obsesión de ver el mundo de los humanos. Un día, cuando su abuela se distrajo, Lashbel decidió escapar de esa luz, de la eterna felicidad que le brindaban las estrellas, para bajar a la tierra engendrando en una hermosa y curiosa niña. La tierra para ella durante los primeros dos años de su nueva vida, era tan mágica, como el lugar de donde ella venía. Lashbel traía consigo el amor divino y todos los días gozaba descubriendo la magia del mundo, así como todos los regalos que Dios había dado a la humanidad; el sol, la luna, las estrellas, los árboles, el mar, las flores, los animales, la risa, el amor, los sentidos. Los años pasaban y Lashbel se fue a adentrando en esa cueva os-cura en donde habitaba el mayor porcentaje de la humanidad. Empezó a vivir como un integrante más de esa dura sociedad de prejuicios, que fundamentaba su existencia en el exterior y en los placeres mundanos.