Jacinto prepara la ofrenda de muertos para honrar a su padre y se traslada al pueblo de Jobel a comprar carne; ahí es apresado e injustamente inculpado de homicidio y condenado al fusilamiento.
Hacinado en una celda junto a su hijo Pedro y los tres compañeros que lo acompañaban, todos son torturados. En su mente, Jacinto va y viene en sus recuerdos de la lucha armada contra el gobierno que permite que los exploten en las fincas.