Junto a la capacidad de tomar decisiones audaces, y lejos del prejuicio del sentimentalismo, el cuidado por los equipos, la empatía con el contexto, la tendencia a compartir —y no disputar— el poder, el afán por la colaboración y las estructuras horizontales, no jerárquicas ni autoritarias, le dan cuerpo y alma a una impronta donde lo femenino exhibe sus mejores atributos.