Esa misma noche, después de que nos despedimos, Nando fue a buscarme a la casa. Sólo me dijo, a toda prisa: Prométeme que no te arrepentirás mañana. Me respondió. No me arrepentiré nunca le dije te lo prometo. Y nos quedamos mirando un instante, fijo. Entonces nos dimos la mano, con fuerza, y se fue corriendo por donde había venido.