Tolkien, el creador de El Señor de los Anillos, nos metió el gusanillo en el cuerpo. El mundo que proyectó en sus obras cobra vida en nuestra imaginación gracias en parte a sus magníficas descripciones, pero sobre todo porque cada personaje, cada lugar y objeto tienen nombres en lenguas que suenan extrañas y a la vez sugerentes en nuestros oídos. Evidentemente, no es lo mismo caminar por la «Tierra de la Luna» junto a «Pedro» con un arnés de «hierro», que hacerlo por «Ithilien» en compañía de «Gandalf» y luciendo una armadura de «mithril». Con solo pronunciar estas palabras, como por arte de magia volamos a mundos nuevos y fascinantes.